El proyecto de unir las principales ciudades en la zona central de la nación, no fue tarea fácil. Para realizarlo se necesitaron muchos recursos humanos y financieros. En el ámbito comercial y turístico, las condiciones para el servicio de transporte de pasajeros y carga, forzaban al gobierno y a los comerciantes a buscar otros medios de traslado. Las perspectivas de construir un ferrocarril se hacían cada vez más evidentes.
Valparaíso, un puerto que crecía y pretendía modernizarse, necesitaba contar con vías de comunicación expeditas y medios de transporte más baratos y rápidos.
Ya en 1842, William Wheelwright, nuestro héroe del ferrocarril de Caldera a Copiapó, concibe la idea de construir un tendido férreo entre Santiago y Valparaíso. Para ello estudia el emplazamiento de la línea y presenta un proyecto al gobierno chileno. La propuesta tuvo una favorable acogida, especialmente en el sector agrícola y ganadero. Se le encargó entonces al italiano Hilarión Pullini un estudio preliminar del trazado de la línea.
El interés por llevar a la práctica el proyecto de Wheelwright aumentó con la puesta en marcha del ferrocarril de Caldera a Copiapó a fines de 1851. Luego se transformó en una necesidad con la apertura del mercado para los cerales chilenos en California, primero, y en Australia más tarde, y con la expansión de la actividad económica en las zonas mineras del norte del país.
Para el trazado definitivo del ferrocarril se habían estudiado tres rutas. La primera de ellas corría por Casablanca y Melipilla, la segunda, por Aconcagua, pasaba por Montenegro y Alto del Puerto, y la tercera, por las costas de Lo Prado y Zapata.
El primero de octubre de 1852 en Valparaíso se celebraba con gran entusiasmo, la colocación de la primera piedra de lo que era considerado el gran edificio de la civilización: el ferrocarril. Un numeroso gentío invadía todas las avenidas y el Cerro Barón. La ceremonia oficial fue presidida por la primera autoridad de la provincia, el intendente Manuel Blanco Encalada. El obispo de Concepción, Diego Antonio Elizondo celebró una misa y luego de ella, colocó la primera piedra con la inscripción:
“Gobernado del excelentísimo Sr. Don Manuel Montt, se dio principio a la obra del ferrocarril entre Santiago y Valparaíso”.
Ningún acontecimiento fue más grato para los chilenos que la inauguración de los primeros siete kilómetros de ferrocarril entre Valparaíso y Viña del Mar, el 16 de Septiembre de 1855. Un gentío inmenso invadía las cercanías para ser espectador del grandioso acto, ya que tres años antes habían asistido a la colocación de la primera piedra.
El tren de gala partió en medio de las salvas de artillería y alegres músicos. El primer tren tenía quince carros abiertos. En el primero junto a la locomotora iban los empresarios. En el último el intendente, el obispo y las damas. En el resto de los carros estaban los invitados, alrededor de cuatrocientos, disfrutando la alegría del primer viaje. Con el pasar de los meses, llegaron dese diferentes ciudades más de 25.000 personas con el fin de viajar en el tren. Su objetivo era experimentar la emoción que consistía en rodar en un duro carro y pasar a oscuras el túnel de Punta Gruesa, el cual tenía algo de fantástico y espectacular para quienes nunca habían viajado bajo tierra.
“Llega el momento de atravesar el socavón –decía El Mercurio de Valparaíso del 17 de Septiembre de 1855- y el tren penetra esa tenebrosa caverna, mientras todos se sumían en la completa oscuridad. Se redoblan entonces los ‘viva Chile’ pronunciados por esas cuatro centenares de voces, al son de la música dentro del vagón y luego aparece una pequeña luz e la parte opuesta. En un instante crece y el tren vuelve a aparecer majestuoso al aire libre. Mil vivas y hurras resuenan de nuevo en el espacio con el doble entusiasmo”.
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